Alta tensión. Esa es la impresión que nos ha transmitido la primera incursión de Bizarre Creations en la franquicia 007, el llamado Blood Stone. Acción frenética, persecuciones espectaculares, chicas bonitas... el cóctel Bond está ya casi listo, y se mezcla no se agita.
De acuerdo. No hay película de James Bond que llevarse a la boca en los próximos tiempos tras la cancelación del proyecto que había en marcha por problemas presupuestarios, pero ahí están Activision y Bizarre Creations para compensarnos con un nuevo videojuego sobre el espía británico que nada tendrá que ver con los filmes.
Daniel Craig repite papel en un videojuego que, como adelantamos en su momento, funciona de manera independiente a las saga cinematográfica con su propio guión, personajes y tramas. Visitamos Turquía en el pellejo del mismísimo 007, y descubrimos lo mucho que ha mejorado el videojuego desde el momento en que fue anunciado.
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La acción de la demostración de Blood Stone que hemos tenido oportunidad de ver recientemente da comienzo en Estambul. Ahí es donde Bizarre Creations se siente cómoda y es la parte en la que está insistiendo de cara a la prensa por la fortaleza de los diseños estéticos y el frenetismo de la acción. La ciudad turca presenta un brillante aspecto, y nos han llamado atención algunos matices como los detallados NPCs que se entremezclan con la acción. Matices interesantes que contribuyen a enriquecer una acción muy intensa.
Lo que sí es común, independientemente de la vía que escojamos, es un ligero componente de plataformas que acompaña a la acción para darle algo de variedad. La premisa vuelve a ser la de la espectacularidad, y es que inmersos en estas superficiales pruebas de habilidad y destreza deberemos también evitar disparos o superar persecuciones.
La última punta de lanza de Blood Stone es la de las persecuciones a bordo de vehículos, algo que parecía inevitable tratándose de un videojuego desarrollado por Bizarre Creations. La secuencia es tan aparatosa como cabría esperar perteneciendo al universo Bond, y recorre a toda velocidad unas estrechas calles del centro de una ciudad mientras destruimos voluntaria o involuntariamente todo lo que encontremos por el camino, ya sean sillas, mesas de cafeterías y demás objetos de mobiliario urbano.
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